jueves, 16 de mayo de 2013

T. 13. El teatro europeo en el siglo XX. Teatro de compromiso y teatro del absurdo


Contexto

1.1.Cambios históricos

El siglo XX arranca con una situación en pleno proceso de cambios, que se consolidarán durante el siglo, y que supone el proceso de la Bélle Epoqué, momento de avances industriales, en medios de comunicación y una cierta euforia, a una Primera Guerra Mundial que rompe con todas las estructuras preestablecidas, tanto de sistemas de gobierno como de formas de pensamiento. A comienzo del siglo XX los gobiernos europeos sostenían que tener el poderío industrial era la clave para llegar a conquistar el mundo, por lo que los países con economías débiles durante el siglo XIX, intentarán equipararse en materia industrial a la próspera, por entonces, sociedad británica. En este contexto se consolida como potencia mundial E.E.U.U. definitivamente. También Japón se sumará al tren del progreso y emerge como una nueva potencia económica e industrial.

En cuanto a conflictos bélicos, las dos Guerras Mundiales marcarán el siglo XX económica y políticamente. Durante el período de entreguerras van surgiendo los fascismos y comunismos, gobiernos de carácter totalitario que surgen ante una situación de crisis y una creencia en la necesidad de gobiernos fuertes, que defiendan la nación de las agresiones exteriores. Así Hitler ganó unas elecciones democráticas y Mussolini pudo tomar el poder en Italia.

En la Segunda Guerra Mundial participan también dos de las potencias emergentes del momento, USA y Japón, cuya competencia se solventará con el estallido de la primera bomba atómica en la ciudad japonesa de Hyroshima y Nagasaki, en 1945.

Contexto literario

El siglo XX había comenzado con la consolidación de la gran revolución cultural y artística de las vanguardias. En las artes plásticas, el expresionismo, el cubismo y el fauvismo cuestionaron las reglas de composición clásicas arguyendo que había múltiples maneras de ver la realidad, de representarla y de recrearla. En literatura, se rompió la narración tradicional mediante las innovaciones técnicas y el nuevo uso del lenguaje. En música, el gran cambio fue el abandono de la tonalidad.

La Segunda Guerra Mundial supuso el final del desarrollo de las vanguardias artísticas debido, entre otros factores, a la revolución tecnológica.

El Existencialismo, corriente filosófica fundada por Sartre que se planteaba temas como la existencia del hombre en el mundo, temas que tienen que ver con el dónde vamos, de dónde venimos, la razón de vivir, existencia o no de Dios y el miedo a la muerte, marcará el arte y la literatura de la época, dotándolas de un tinte pesimista generalizado.

A partir de los años 50 se desarrolla la literatura del absurdo, cuyos autores tratan lo mismo que los existencialistas, pero partiendo de situaciones increíbles o absurdas, para demostrar la irracionalidad de la vida, sobre todo a través del teatro. El absurdo convive con el esteticismo y decadentismo evasivo decimonónico que aún se mantiene, mientras que surge una nueva tendencia, muy intelectual, que analiza la realidad de una forma muy fría, sin sufrimiento y carente de emociones. 

  1. Teatro europeo en la primera mitad del s. XX.

2.1.Tendencias en el teatro europeo de la época

A comienzos del siglo XX predomina la tendencia teatral realista y naturalista, continuación de la Alta Comedia burguesa triunfadora en la segunda mitad del siglo XIX. Se trata de la forma más comercial del teatro, cuya intención es reflejar exactamente los ambientes y los caracteres de la realidad. Esta tendencia se basa en el postulado de que los decorados deben proporcionar al espectador la ilusión de realidad y que el actor ha de vivir el personaje como si fuera auténtico, como si fuera la misma persona. De este modo, se cumple el objetivo de que el espectador olvide que está en el teatro.

Aunque este tipo de teatro, de éxito asegurado, se sigue representando a lo largo del siglo XX, durante las primeras décadas de este siglo se va a ir produciendo una constante renovación de las tendencias escénicas, debido sobre todo a la aplicación a los montajes teatrales de diferentes avances técnicos y a la influencia del cine. En este contexto aparecerán, pues, diferentes tendencias teatrales renovadoras en el primer tercio del siglo XX, entre las que destacan el teatro simbolista, el teatro expresionista, el teatro épico de Brecht o el teatro de la crueldad.

2.2.Los grandes renovadores: Brecht y Artaud.

En cuanto al teatro épico, está íntimamente relacionado con muchos autores que plantean el empleo del teatro como un medio para transformar la sociedad, para expresar una concepción dialéctica de la vida y el mundo. Esta forma de entender el teatro también va a suponer una ruptura con el teatro naturalista que, ideológicamente, tiende a ser conservador. En la Rusia soviética, por ejemplo, la sólida tradición teatral se puso al servicio del proletariado, con los grandes montajes de masas de Meyerhold, como Asalto al palacio de invierno (1920), mientras que en Occidente, destacan las figuras de Piscator y Brecht. El alemán E. Piscator desarrollan esta tendencia de teatro político, cuyo objetivo principal, más que la calidad artística del espectáculo, es denunciar las situaciones de miseria o injusticia.

En esta misma línea, adquiere una especial importancia la obra de Bertolt Brecht (1898 -1956), cuyo tratamiento original y distanciado de los temas sociales y de los experimentos revolucionarios ha influido enormemente en la creación y en la producción teatral moderna. Las primeras obras del alemán, que trabajó con Piscator, se encuadran en el expresionismo. Más tarde desarrolla su teatro épico, cuyo único tema es despertar las conciencias ante la injusticia social. Rechazando los métodos del teatro realista tradicional, desarrolló el teatro épico, porque prefería una forma narrativa más libre que redujera la respuesta emocional del público y le obligara a la reflexión y el distanciamiento.

Para conseguir ese distanciamiento entre el público y la obra representada, Brecht se valdrá de algunos recursos escénicos, como contar de antemano lo que va a suceder, para que el espectador no se deje llevar por la intriga del argumento; romper la acción mediante canciones, en cuyas letras se invita al público a reflexionar sobre algunos de los aspectos tratados en la obra; hacer aparecer en escena carteles que inviten a la reflexión o que sirvan para subrayar algunas de las ideas vertidas por boca de los actores; y el empleo de máscaras, con las que se trata de dificultar la identificación de espectador y personaje. Con ello se introducen en la escena diferentes formas de interrupción de la continuidad del argumento -la narración deja de ser lineal, al estilo de los montajes cinematográficos- que provocan la sorpresa y la conmoción del espectador, llamando su atención constantemente sobre las posibilidades reales y concretas de transformación de la vida tal y como le es impuesta.

En el contenido de las obras de Bertold Brecht destacarán una serie de elementos temáticos, como el reflejo de la condición del ser humano en medio de las contradicciones sociales, la lucha constante entre el bien y el mal, estando siempre personificado el mal en el mundo dominado por el dinero y por la explotación de los más débiles. Por lo tanto, los protagonistas de sus obras no van a ser héroes perfectos sino seres contradictorios o incluso negativos, personajes de unas obras que adoptan la forma de parábolas con un sentido crítico. La “moraleja” nunca va a ser evidente ni directa sino que debe ser extraída por el espectador, deduciéndola de la actuación de los personajes. Fiel a este propósito didáctico, se hallan sus obras, ambientadas en el pasado como Madre Coraje y sus hijos (1937) o Vida de Galileo (1939); en el presente como El señor Puntila y su criado Matti (1940), o en lugares exóticos, reflejados en La buena persona de Sezuán, (1940).

Tuvo que abandonar Alemania tras el triunfo nazi debido a sus ideas comunistas. Vivió en Europa y Estados Unidos y llegó a trabajar en Hollywood. A su regreso, se instaló en Alemania Oriental y fundó su propia compañía, el Berliner Ensemble, en 1949.

En definitiva, la denominación teatro épico contradice la teoría poética aristotélica, según la cual teatro y narración son dos formas bien diferenciadas de estructurar un texto: el drama (mímesis directa), desarrollado por los hombres presentes -los actores- que "viven" al personaje y por el personaje; la épica (mímesis indirecta) como el discurso de un narrador que organiza las anécdotas en determinadas coordenadas espacio-temporales. Drama y épica son, en la lógica aristotélica, dos organizaciones lingüísticas especificas y, por tanto, distintas.

Pero en la historia de estos géneros, anteriormente a nuestro siglo -donde tienden a fusionarse-, hay múltiples ejemplos de asimilación entre ambos. En la transmisión oral de las epopeyas homéricas, los rapsodas, acompañando su estilo recitativo, tendían a dramatizar los episodios mediante gestos, movimientos y cierta declamación politonal. Textos como el Fausto de Goethe, que, escrito según los cánones dramáticos, con diálogos, estructuración en escenas y acotaciones escénicas, -también responde a estas características el Manfred de Lord Byron- ha obtenido su efecto máximo como texto para ser leído y no para ser representado. Por lo demás, existen múltiples ejemplos de pasajes "dramáticos" en textos narrativos (coloquio entre Héctor y Andrómaca, Canto VI de La Ilíada) y elementos épicos en ciertos monólogos donde personajes teatrales relatan acontecimientos ocurridos fuera de escena.

En el caso del teatro épico de Brecht, es la representación teatral la que se aleja de lo dramático y se acerca a lo épico.

En el teatro épico no interesa presentar intrigas sino presentar situaciones. Presentar no significa "representar" en el sentido dramático, tradicional, sino descubrir las situaciones, distanciándolas mediante la ruptura de los desarrollos.

Siguiendo la categorización de Umberto Eco, diríamos que las obras de Bertolt Brecht son "abiertas", ya que en ellas se abandona la única de las tres unidades dramáticas aristotélicas que se mantuvo después de la revolución teatral renacentista de Lope de Vega y Shakespeare. El teatro épico carece de unidad de acción, con una fábula fragmentada, discontinua, estructurada por un narrador que posee una clave para el análisis de la sociedad, y cuya reconstrucción debe recomendarse al espectador.

La obra es receptáculo de interpretaciones críticas, provoca la diversidad de lecturas de tantos espectadores como sean los enfrentados a las situaciones presentadas. Brecht provoca la reflexión del espectador, desde el espacio escénico no se impone la emocionalidad o la identificación, que asimilan la visión del espectador con la del protagonista. El teatro épico genera un "arte del espectador", quien debe moralizar (abstraer, teorizar) su propia situación social al compararla con los modelos puestos en escena. Hay en este ejercicio del teatro dos historicidades puestas en juego, la del espectador y la de la obra. No habrá verdadera comunicación, de la escena hacia la sala, mientras el trabajo teatral no se muestre como efecto estético provocador de otro efecto ideológico. Por eso Bertolt Brecht dice que su teatro divide al público en lugar de fusionarlo.

Así, el teatro épico es dialéctico, ya que, representando el mundo, constituye una propuesta de cambio del teatro, pero también de la realidad.

Otro grande en la historia del teatro del siglo  es el francés Antonin Artaud (1896 -1948), que militó inicialmente en el surrealismo y convertiría en uno de los teóricos más revolucionarios e influyentes del teatro europeo del siglo XX. En sus dos obras fundamentales, Manifeste du théatre de la cruauté (1932) y Le Théatre et son double (1938), Artaud defiende una comunión entre el actor y la audiencia, una mezcla mágica de gestos y sonidos y una escenografía e iluminación inusuales; todo ello combinado para crear una forma de lenguaje superior a las palabras y capaz de impresionar al espectador con su lógica. Se trata de la corriente denominada Teatro de la crueldad. El teatro de la crueldad pretende que el espectador sea consciente de la violencia que domina las fuerzas naturales y su propio interior. Para ello, propone un teatro basado en el gesto, la danza y el movimiento, y no en la palabra o en la acción. Basándose en lo irracional y mágico, busca el trance del espec tador, cuyo inconsciente quiere liberar sumergiéndolo en chocantes imágenes físicas. Se inspira en el teatro ritual oriental. El teatro, así, adquiere un único valor: su relación atroz y mágica con la realidad y el peligro, proclama Artaud en su Manifiesto, donde pide para la puesta en escena nuevos sonidos musicales, ruidos insoportables, desgarradores; luces opacas, densas, tenues; suprimir la escena y la sala, el decorado y las piezas escritas.
 Por lo tanto, la importancia del texto literario se reduce considerablemente. Para Artaud lo importante es el espectáculo total, integrado por el texto literario pero también por la música, las luces, los gestos, el maquillaje y cualquier otro código extralingüístico que pudiera usarse. De todos esos elementos, el texto literario, la palabra, puede no ser siquiera el más importante e incluso puede estar ausente (obras sólo gestuales). Además, Artaud pretende recuperar con sus espectáculos los orígenes del teatro (ceremonia religiosa, rito, fiesta...) y para eso introduce en ellos elementos mágicos, religiosos y festivos (bailes, música...), que invitan al espectador a liberarse. En definitiva, se pretende acabar con la pasividad del espectador tradicional, provocándolo con imágenes violentas (de ahí el nombre de “teatro de la crueldad”) y obligándole a participar en el proceso de comunicación bilateral que debe ser el espectáculo teatral. Con estas teorías, el texto pierde casi todo su valor y la figura clave del montaje y la representación no será ya el dramaturgo, sino el director escénico.

  1. Evolución del género dramático en la 2ª ½ s. XX.

Teatro del absurdo: Ionesco y Beckett.

La renovación del género dramático continúa con renovado vigor tras 1945. Es más, la última guerra, que se viene a añadir a la ya catastrófica historia del siglo XX, estimula la búsqueda de nuevas formas teatrales que puedan expresar todas las sensaciones de la angustia y la desesperación de los europeos a mediados de siglo. Por ello, la tendencia predominante es el teatro existencial, igual que en novela. El existencialismo es la respuesta inmediata al sentimiento de vivir en un mundo sin sentido, y la consiguiente angustia, que se experimenta tras la Segunda Guerra Mundial. Sus desoladoras conclusiones son que cualquier acción humana es absurda e inútil, incluidos el sacrificio y el sufrimiento.

En este punto y como desarrollo del teatro existencial aparecerá el denominado teatro del absurdo, término acuñado en 1961 por el crítico británico Esslin. Los dramaturgos del absurdo no discuten sobre lo absurdo de la condición humana, a la manera de los existencialistas, sino que lo presentan por medio de imágenes y escenas. Para lograrlo, diluyen la trama o historia delimitada, así como la línea cronológica, y realizan una escasa o nula caracterización de los personajes, a los cuales los harán mantener diálogos incoherentes y persistirá una atmósfera de pesadilla

En general, basan sus dramas en la protesta y la paradoja, critican el orden social y la condición humana, pero no de una forma racional y desapasionada, sino como un grito desesperado y frenético. En cuanto a la estructura, con frecuencia es circular, terminando como empezó, de modo que da la sensación de que no hay progreso ni desarrollo. El lenguaje se devalúa, se abandona la lógica discursiva y se asume la lógica poética de la asociación.

En definitiva, el espectador difícilmente puede identificarse con unos personajes cuyas motivaciones son incomprensibles. Los dos grandes dramaturgos de esta tendencia son dos autores que escriben en francés: Beckett y Ionesco.


El irlandés Samuel Beckett (1906-1989), Premio Nobel en 1969, fue galardonado sobre todo por  Esperando a Godot (1953), en la que dos protagonistas Estragón y Vladimir, dialogando sin sentido, esperan inútilmente a otro, Godot, del que nada se sabe. En otras obras los personajes aparecen metidos en cubos de basura (Final de partida, 1957) o enterrados en la arena (¡Oh, qué días más hermosos!, 1961).

Tanto en sus novelas como en sus obras, Beckett centró su atención en la angustia indisociable de la condición humana, que en última instancia redujo al yo solitario o a la nada. Asimismo experimentó con el lenguaje hasta dejar tan sólo su esqueleto, lo que originó una prosa austera y disciplinada, sazonada de un humor corrosivo y con el uso de la jerga y la chanza. Su influencia en dramaturgos posteriores, sobre todo en aquellos que siguieron sus pasos en la tradición del absurdo, fue tan notable como el impacto de su prosa.

Eugène Ionesco (1912- 1994), rumano, se hizo famoso con La cantante calva (1950), disparatada farsa en la que se destroza el lenguaje, convertido en instrumento de incomunicación. La obra escandalizó, achacándosele que no tuviera argumento ni ideas que transmitir, pues se articula con una premeditada falta de urdimbre, basándose únicamente en los malentendidos y juegos de palabras que se producen en situaciones ridículas.

En Las sillas (1951) estos muebles se van acumulando en escena en torno a una pareja de viejos sin saber por qué. Aquí dejó bien claro al público que los diálogos faltos de sentido aparente pueden contener un profundo significado. Un matrimonio anciano invita a una muchedumbre a la isla en la que viven para que el marido pueda contarles la sabiduría acumulada tras noventa y cinco años. El plan que ha ideado para salvar al mundo debe ser contado por un orador profesional, así que los invitados, invisibles, van tomando asiento. Cuando el viejo anuncia que el orador mostrará el secreto, ambos se suicidan y el orador, por signos, indica que es sordomudo. De este modo tan demoledor muestra, la incomunicación de los seres humanos. El drama de Ionesco evoluciona hacia el teatro de advertencia social, como en el Rinoceronte (1958), su obra más críptica y complicada. Los hombres se van transformando en estos animales como símbolo de la deshumanización de las sociedades urbanas modernas. Eugène Ionesco creó un teatro en que lo cómico del lenguaje y de las situaciones iba acompañado por lo trágico de la existencia de personajes disminuidos o tarados.
 
 

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